sábado, 16 de mayo de 2009

Camino al Paraíso


Siempre soñé con una primera vez inolvidable, una muestra de afecto sincero y puro entre mi pareja y yo añadiéndole a esa fantasía un cuarto oscuro lleno de velas alrededor de una cama plagada de rosas rojas y una gran dosis de sexo duro. Todo eso pasó a la historia, cuando decidí traicionar mi ideal - hasta ese entonces alcanzable utopía- y seguir un famoso ritual actualmente practicado en nuestra fabulosa sociedad; ir al chongo.

La mañana de un sábado me saludaba con un intenso sol por la mañana y revise, como de costumbre, el buzón de mensajes de mi teléfono celular. Al parecer, había caído en una amnesia tremenda al dormir, porque ni siquiera recordaba que el día anterior había recibido cuatro mensajes de texto enviados por mi amigo Pedro, quien muy atentamente me informaba sobre “La gran desfloración de Osvaldo”, un compañero que por cierto no veía desde hace tiempo.


El transcurso del día fue rápido. Ya eran las 6 de la tarde y estaba sentado frente a mi computadora terminando las últimas diapositivas para mi trabajo de legislación. En ese momento, decidí abrir mi cuenta personal de Messenger para despejarme un momento. Y justo en ese momento entro él; Pedro, con un gran zumbido que retumbo mis tímpanos. Presté atención claramente a lo que me escribía, era una invitación urgente Al, ya mencionado, acontecimiento. Claro! “La desfloración de Osvaldo”, como olvidarlo.

No supe que hacer en ese momento, su insistencia atacó mi dilema; ir o no ir, ser o no ser – en ese momento- actor de un hecho que me involucraba directamente por ser virgen, porque eso si, casi nadie va a esos lugares solamente a quedarse un buen rato allí observando como es el lugar y viendo a sus compañeros “platicar con las putas para un previo arreglo” y tú tan solo te quedas ahí paradote. No señor; eso si que no. En el fondo, si tenía ganas.


Tome algo de dinero a base de buenas mentiras, me cambié para darle una mala impresión a las insaciables y me fui de casa apurado con rumbo a una nueva experiencia. Llegué y ahí estaba; Pedro, el anfitrión de la noche con dos sujetos más. Osvaldo llegó a la media hora. Luego fuimos a ver a otro compañero, quien ya conozco de hace tiempo, claro él tampoco se la podía perder; era un pito, igual que Osvaldo y yo. Algo que nos unía más, los tres vírgenes estaban nerviosos. Al estar todos listos, un compañero de Pedro le pregunto a él: vamos al Milagro? No hubo respuestas.


Ya eran las 8 de la noche, fuimos hacia el Complejo Mansiche, donde las “lanchas rojas”, las cuales eran el medio de transporte apropiado para arribar hacia “el templo del ritual”. Pedro sentó y lo primero que dijo fue: “Bueno muchachos, irán al paraíso, hoy día van a dormir rico. Nos vamos al chongo, carajo”.

Después de un largo viaje que acogió bromas anti-nervios, comentarios morbosos y a consecuencia de ello, una explosión gigante de carcajadas que dejaron a su paso restos de baba que caían sobre los deteriorados asientos de cuero de las lanchas rojas.


Por fin habíamos llegado; era una casa llena de luces, parecía un circo o un parque de diversiones muy al estilo de los Play Land Park, estaba en medio de un descampado. Las tico-taxis llegaban y salían de ese lugar cual hormigas durante la etapa de trabajo en sus agujeros, todo parecía parte de algo privado, un club para gente que sólo sabía que estaba ahí.


Una vez ahí, aprovechamos a tomarnos fotos para el recuerdo. La entrada costaba 2 soles. No perdimos tiempo. Antes de entrar, vi otros pabellones, uno de los compañeros dijo; “miren, ahí están los casilleros de las viejas, ahí chambean”. Nadie interesado, desde luego; la noche pedía carne joven, claro que nada inexpertas. Al instante, decenas de rostros demacrados nos veían pasar, parecían zombis en busca de carne fresca esperando que el tiempo pase para ver a las rucas posarse sobre sus puestos de trabajo. Caminamos de callejón en callejón, había inseguridad en nuestros pasos. Yo, sentía que esto no era nada nuevo para mi, ya me lo habían contado; sin embargo mi curiosidad era cómo sería ella, aquella figura femenina que me provoque en mi un gran apetito sexual; un gran morbo. Todo me daba vueltas, cada callejón era como un pasaje infernal que contenía 6 puertas entre las dos paredes que la rodeaban, todas esas puertas esperando que los huéspedes escojan donde depositar su soledad, su apetencia dormida por mucho o poco tiempo. Los minutos comenzaban a apresurar mis pasos, necesitaba encontrarla.


Uno de ellos entro primero, su presencia desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Yo ya estaba cansado de darle tantas vueltas al mismo lugar, al mismo asunto, esperar se me hacia muy tedioso y la desteñida retórica de la princesa especial que me haga desfallecer en polvos ya se había convertido en un cuento para niños que hacían dormir. Me pasee una vez mas por el callejón principal, y observaba a esas niñas malcriadas, algunas con esculturales cuerpos y caras desgraciadas, otras con rostros hermosos y cuerpos escondidos tras esas puertas de madera desproporcionadas. Los cuartos por dentro se veían limpios y bien cuidados, una pulcritud que solo era visto desde cierta distancia. Una de ellas, llamo mi atención, estaba echada sobre la cama estudiando, pudo haber sido una universitaria, quien sabe pero si me excito, me miro y al resto de zombis también, hizo un gesto con la boca como si te invitara a tragártelo. Luego, me encontraba en la mitad del trayecto, aún, y vi. a una menudita vestida con bikini negro, su almeja no me apetecía mucho, su rostro parecía el de una niña, una apariencia de muñeca diabólica que al ver mi cara y darse cuenta que solo le piropeaba, me dijo: “pajero”. Yo sorprendido por tal pronunciación agresiva y conciente que ya no era parte de un lugar regido por buenos modelos morales, solo decidí reírme y seguir mi paso. Solamente, me reía del hecho que ninguna chica nunca antes me había dicho eso.


Al final del callejón, deje que mis compañeros anden y yo me quede, justo al voltear la mirada y olvidarme de aquellos hombres que, quien sabe, pudieron ser delincuentes, me fije en unos enormes ojos de serpiente, una mirada que me perturbaba, sentí en mi una conmoción, mi anatomía se torno bizarra. Esos senos revestidos tras una fino sostén de seda negra me atrajeron como imán, y yo hecho sintiendo mis genitales como fierro a punto de ser fundido, no tuve mas remedio en mi que acercarme a ella. Me pare a la altura de la puerta, bien cerquita para ver mejor su rostro y ver que no era solo una impresión. Mis hombros iban hacia delante como dos montañas de hielo desmoronándose sobre el mar. Ella me dijo: “Vamos mi amor, si quieres te la chupo, te la limpio, todo como tu quieras, que dices, anímate mi amor”, yo en el instante le pregunte: “en serio vas a hacer todo eso?”, ella sin saber que trataba de decirle con mi voz entrecortada, solo procedió a abrir la puerta de su aposento y yo, como un tigre siendo atrapado en una jaula, entré con gran entusiasmo.


Una vez adentro, contemple el lugar de arriba abajo. Todo estaba muy limpio, ningún olor a pescado perturbaba mi olfato, era una gran combinación de colores primarios. Una cama roja alumbrada por una luz aun más roja, un baño lleno de azulejos azules con incrustaciones de cerámica celeste iluminados con un fluorescente. Ella y yo pisábamos una antigua pero elegante alfombra amarilla, un poco manchada; claro nada es perfecto. Una silla estaba muy próxima a la cama, una mesa de noche ubicada en la esquina del cuarto y al fondo, el baño –cuyos azulejos adornaban la ocasión.


Sin embargo, las apariencias solo son apariencias. Digo esto porque al ver a la puta cerrar la puerta, todo lo calido se convirtió en un depósito de hielo, una avalancha de nieve cayendo sobre mí. Una voz de coronel me atacó; ella dijo: A VER, SON 15 SOLES, cual dueño de bodega, su voz me impuso: DESVÍSTETE! Yo no sabía como actuar, si estar feliz por la invitación o estar molesto porque un cachaco estaba dándome ordenes. PON TU ROPA SOBRE LA CAMA! Mi sonrisa se fue hacia abajo. Supuse que ella no había tenido un buen día, ni menos buena paga; por supuesto que no, o quizás malos clientes; si muy probable. Ella de nuevo con ese horrible tono, dijo: ¡SI, ALLÍ, SOBRE ESA SILLA!; yo aun frío de la impresión.


Me fije en su acento; era charapa. Al verla asegurar la puerta, para evitar la mala actitud de algunos revoltosos, fui hacia ella y le toque el culo. Su actitud me sorprendió cuando me cuestionó, qué hacia yo tocándole el culo, y bueno yo solo me vacilaba. Me reí un poco para destensar tal desanimo que veia llegar y que pretendía apagarme un momento tan esperado por años. Me eche sobre la cama esperando que ella pusiera sus maleducadas manos sobre mi miembro.


Ella se dirigió hacia la mesa de noche, abrió el cajón; un gran arsenal de condones como salidos de una fabrica. Sacó uno, cogió una botella del mismo cajón. Esa botella contenía vaselina. Se dirigió a mi diciendo: “A ver, ponte derecho, mas allá”. Yo me arrime un poco más allá, obedeciendo sin saber porque. Me reí de no poder oponerme ante mi decodificadora sexual. Ella se apoyo sobre la cama, tendiendo su dorso hacia delante, sus manos eran oscuras y delgadas, aun jóvenes y no muy maltratadas. Cogió mi pene para colocarme el condón; ella parecía una niña jugando a desvestir al muñeco. Apretó el jebe hacia la parte más baja, donde se hallaba mi gran bosque de vello púbico. Sostuvo mi erecto miembro hasta que la cabeza de mi glande encaje perfectamente con la punta del gracioso plástico. Yo ya no percibía que las cosas eran tan hostiles. Sin pensarlo dos veces, ella puso su boca en mi tubo de carne y me la chupo. Oh, se sentía tan bien; era como si mis glándulas estuvieran siendo removidas por dentro, una ráfaga de cosquillas acariciando mi colchón de algodón. Definitivamente, esta docente del placer era toda una experta. Apuro el ritmo, ella solo estaba cumpliendo con su trabajo, condicionada por una paga, se paro sobre la cama. Se puso e cuclillas. Vi una pequeña montaña abrirse, esperando a que mi colchón mojado por su saliva encajara en su clítoris. Claro, hasta ese entonces.


Yo solo la mantuve derecha, a que mi niño entrase a su querida guardería y se divierta en su “primer día de clases”. Entró. Sentí una corriente de fluido sanguíneo correr desesperadamente desde mi corazón hacia mis genitales. Y a consecuencia de ello, mis hormonas recorrían de un lugar a otro a través de mis nervios, mis sistemas funcionales se conectaban unas a otras queriendo que mi cerebro solo me dictase a actuar. No pensaba en quedarme así, tan solo derecho. Atiné a moverme como un pez en su pecera, dejar que la salchicha se fría en la sartén con una maniobra de chef. La locomoción me sugería movimientos fuertes, mas antes de que empiece a “actuar”, ella actuó por mí. No se como lo hacen o como lo hizo, se podría que se sentó profesionalmente sobre mi y comenzó a masturbarme con su almeja. Era un meter y sacar. No me miraba. Yo buscaba su mirada, un impulso. Sus tetas se movían como dos masas gelatinosas bien proporcionadas. Sus tetillas hinchadas me excitaron aun más. Ella me sacudía a mil por hora. Un momento en el que uno solo puede esperar a resistir lo más que pueda y dejarse llevar. Tan solo era eso para mi, dejarme llevar y no medir si lo hacia bien o mal; era mi primera vez y no necesitaba aparentar.


Madre, que me pasa. Estaba cayendo, perdiéndome en esa experimentada fuente del orgasmo. Mi energía se reducía cada vez mas con cada movimiento brusco que emergía de su vagina, era una amazona muy agresiva. Trate de no vaciarme, lo juro; por otro lado, ella sabia lo que hacia. Todo se concentro en mi estomago y luego bajo hacia mis testículos. Mi glande se preparaba para iniciar la tercera guerra mundial. Mis venas trataban de no ceder ante el movimiento frenético. Los cañones ya estaban a punto de disparar. No pude más. Una erupción tórrida de semen rodeó toda la zona. La gran bomba de Hiroshima estalló y ella ni siquiera se dio cuenta.


Me detuve; ella igualmente. Se despegó como un esparadrapo al safarse de una herida ya hecha costra. La sesión había acabado, pero aun no estaba cansado. Mi sustancia pegajosa permaneció en mi, hasta que ella me dirigió hacia el baño y saco el jebe de su lugar. Era parte de su rutina de trabajo. Al fin había acabado, dije yo. Fue esto, quizás, por lo que tanto había esperado. La frialdad de algunas situaciones frenaba un poco esa risa característica de alguien que ha logrado tener lo que tanto anhelaba.


Antes de que me volviera a vestir me pregunto si quería otro polvo. Yo, entusiasmado, le dije que si. Por supuesto, que esta “mercader del placer sexual” me pidió a cambio la misma suma de dinero que había invertido anteriormente. Pensé que era demasiado abuso, incluso después de haber recibido ese trato y una muestra gélida de simple coito. No, en definitiva no hubiera gastado más, y aunque hubiese tenido el dinero, me hubiera buscado otra puta con mejores características físicas. Antes de salir, le preguntó su nombre. Con cierta desconfianza me dijo: “Pamela, me llamo Pamela”. Toque su trasero una vez más .y me fui.


Una vez afuera, mi cabeza no era más que un blando colchón hecho del más fino algodón. Todo era muy relajado, tuve ganas de reír, y lo hice. Percibí las voces y las miradas de muchos hombres, que indudablemente se habrán preguntado el porque de mi efímero orgasmo. Pretendí explicarme a mi mismo que todos sabían que ese había sido el primer día de mi divorcio con la castidad.


Me dirigí hacia la derecha sin mirar atrás. Me tope con mis compañeros. Pedro estaba asombrado, no pude creer la rapidez con la que salí, ni mucho menos los ya experimentados. Trate de dar una justificación a esa inmediatez, pero no tuvo caso. Vi de nuevo a la pareja indecisa; mis dos vírgenes compañeros aún intentaban tener una opción en esos ojos tan bombardeados de duda. No creo que solo los impulsaba el simple hecho de vaciar sus gotas de curiosidad, sino también era la presión del momento. Se hacia largo el periodo de espera, Pedro los golpeaba con voces insistentes, eso los perturbaba aún mas. Yo era un simple observador, no podía abogar por nadie nadie mas que por mi. Lo mío no había sido perfecto, nadie me pregunto como me sentí, que fue lo que hice o al menos- en este caso- lo que me hicieron. Quizás siempre haya una necesidad de ser aceptado ante el grupo diciendo mentiras, explicando lo maquillado; sin embrago, solo me limite a sonreír y permanecer con mi verdad. en ese momento.


“Cálidos impulsos eléctricos que relajan tu nuca, cuerpos en exhibición sobrecargados de testosterona y estrógenos. Seres extasiados que piden a gritos no estar solos y descargar su represión. Buscando siempre afuera lo que no hay por dentro”.


Todos al final salimos de ese “centro de rehabilitación para carencias”. Muy con la frente en alto caminábamos, con pensamientos diferentes, tratando de adaptarnos a nuestra realidad; la realidad de haber permanecido callados sexualmente. Ahora teníamos voz para opinar ante el resto.; sin embrago, sabíamos muy en el fondo que eso no nos hacia hombres aun. Nos dirigíamos a casa sin un centavo, ya que hicimos hasta lo imposible para que un amigo del grupo debute.


Mas fotos para el regreso, seis rostros vacilantes y aparentemente sonrientes, y un ticket en el bolsillo de nuestros pantalones que decía “El Milagro”; eso era todo lo obtenido antes de salir de aquel burdel. Tomamos un taxi con rumbo a casa a pesar de no teníamos ni en que caernos muertos.